Popeye: cuando los barcos eran de madera y los hombres de hierro
Espinacas, tatuajes, pipas de caña y mucho humo.
Una gorra de marino, un ojo tuerto y dos brazos hercúleos. Popeye no es solo uno de los personajes de ficción más universales y longevos, sino también una idea: es el hombre de mar reducido al arquetipo, el antihéroe convertido en superhéroe, el feo que se lleva a la chica.
Sin embargo, Popeye nació como personaje secundario de una tira cómica titulada The Thimble Theatre, que el legendario Elzie Crisler Segar publicaba desde 1919. Los protagonistas eran la espigada Olive Oil y su novio Ham Gravy, hasta que en 1929 apareció en escena un marinero tuerto (Pop-eye) que acabó por dejar a Gravy sin novia y dar nombre a la serie.
Rodeado de un elenco variopinto en el que se contaba un bebé (Sweet-pea) , una bruja (Alice The Goon), un villano forzudo (Bluto) y un glotón (Wimpy), el Popeye de Segar se publicó diariamente en prensa durante décadas. Más tarde, sin perder su cariz surrealista, absurdo y teatral, las andanzas del marino se trasladaron a la pantalla de cine en forma de cortometrajes animados. Su éxito en Estados Unidos fue tal que Popeye sobrevivió a su creador, fallecido en 1938.
Segar dejó, no obstante, un rotundo testamento gráfico. Parco en trazos, el personaje de Popeye se reconoce en unas pocas líneas: una cara de ojos pequeños y quijada prominente, de nariz enredada y boca torcida; un cuerpo lastrado por dos descomunales antebrazos. Eso le ha permitido resistir el paso de las generaciones y la mano de diferentes autores (Tom Sims, Bud Sagendorf o Bobby London entre otros) sin perder las características elementales definidas por su padre intelectual.
El retorcido sentido del humor de Segar le llevó a firmar a menudo sus obras dibujando un cigarro; jugaba así con la homofonía entre su apellido y la palabra cigar. Quizá eso alimentó la controversia sobre el verdadero origen de las hojas verdes que otorgaban a Popeye aquella fuerza sobrehumana.
Tatuajes, pipas de caña y mucho humo.